"Como Presidente de los argentinos, me enorgullezco de anticipar un hecho económico trascendental para la patria. Acabamos de suscribir con Inglaterra actas que conducen a la argentinización de los ferrocarriles." Con esta frase Juan Domingo Perón anunciaba lo que en enero de 1947 sería una fabulosa realidad, la recuperación de la soberanía en la administración de los ferrocarriles que se encontraban en manos inglesas.
Su alocución se completo de la siguiente manera: 
"La nacionalización de los ferrocarriles que aquí
postulo implica no solamente la expropiación de los bienes de las empresas
privadas y extranjeras. Ese acto reducido a sí mismo, produciría un beneficio
nacional indudable. Trocaría el propietario privado y extranjero por el
gobierno nacional, en quien debemos sentir representados nuestros mejores
anhelos. Pero el cambio debe ser más profundo. El ferrocarril debe cesar de
estar al servicio de su propio interés. Debe dejar de perseguir la ganancia
como objetivo. Debe cambiar por completo la dirección y el sentido de su
actividad para ponerse íntegramente al servicio de los requerimientos
nacionales.
 Casi diría que el
ferrocarril nacional deberá combatir, ante todo, contra sí mismo, contra su
propia política. En busca de la ganancia el ferrocarril aniquiló a las
industrias del interior (…). Puede decirse que el ferrocarril nacionalizado deberá
operar para bien del país, en un sentido diametralmente opuesto al que
caracteriza a los ferrocarriles privados y extranjeros. Para que el ferrocarril
nacionalizado pueda orientarse en el exclusivo servicio del país es
indispensable liberarlo de la tiranía del interés. El costo de la expropiación
y de la renovación de materiales no debe erigirse en una tara de los
ferrocarriles nacionalizados, porque entonces su política no podría diferir en
mucho de la vieja y perniciosa política ferroviaria de las compañías
particulares. 
 El capital de los
ferrocarriles nacionalizados deberá, en consecuencinulo. Su obligación no será
la de servir un capital dado, sino la de servir la vida nacional en todas sus
manifestaciones. Este novísimo criterio del servicio público puede parecer
sorprendente, pero eso ocurre, simplemente, porque nos hemos acostumbrado al
absurdo viejo criterio de la utilidad directa.
 La liberación de los
ferrocarriles nacionalizados de la mole abrumadora de los compromisos
financieros, redituaría, de modo indirecto, inmensos, incalculables, beneficios
al país… (…) Dije que el nudo gordiano tiene un rostro áspero pero se abre
sobre un camino de grandes perspectivas. De nosotros depende su realización. No
esperemos que otros hagan lo que no somos capaces de hacer. Los gobiernos no
pueden realizar sino aquello que los pueblos saben pedir con autoridad y con
firmeza"  
  

 
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