Entra en lo posible que las tradiciones muertas no resuciten. Si el pensamiento humano, considera como tesoro de conceptos, se mira a través del ritmo vertiginoso y febril de la vida actual actual, puede que aparezca como un campo desolado, escenario de patéticas batallas. Es posible, también, que muchas tradiciones caídas no sean adaptables al signo de la presente evolución y que otras hayan perdido, incluso, su objeto. En cierto modo era este el panorama de la humanidad en los albores de la Edad Media: Se consideraban suficientemente definidas algunas verdades, pero aun estas aparecían cerradas y custodiadas y el pueblo se alimentaba solo de Fe.
La verdad socrática, la platónica y la aristotélica no fueron textos prácticos para el medioevo, que había perdido, en el fragor de una terrible crisis, todo contacto con la continuidad intelectual del pasado. 
Es cierto que no resucitaron entonces muchas tradiciones, pero con los restos del naufragio, el pensamiento humano elaboró a la luz de la Fe, que es indeclinable, una nueva mística con un nuevo contenido. 
 

 
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